21 de septiembre.
No me gustaría dejar pasar por alto este día sin escribir acerca de ello.
Seguro que muchos de nosotros, bien por familiares cercanos o bien por nuestra profesión, nos hemos cruzado alguna vez con personas con un diagnóstico de Alzheimer. Y sí, impresiona. Impresiona ver cómo la persona que tenemos a nuestro lado, comienza a no reconocernos, comienza a tener actitudes extrañas, quizá agitación y trastornos conductuales, entre muchos otros.
¿Cuántas veces hemos escuchado decir: «es como un niño rebelde», «se comporta como un niño pequeño»? Seguro que muchas. Es cierto que se habla de una involución a nivel cerebral considerando que el deterioro que se produce en esta enfermedad es similar a un retorno a la infancia.
Podemos afirmar que existe una pérdida de capacidades funcionales y cognitivas de forma progresiva a medida que la enfermedad avanza (comenzará a tener olvidos frecuentes, presentar dificultades en las actividades de la vida diaria, dificultades en la expresión verbal y no verbal, dejará de interesarse de forma gradual por actividades que le resultaban de interés, etc.), pero nunca debemos olvidar que la persona que tenemos a nuestro lado, no se ha convertido en un niño pequeño, sigue siendo una persona adulta y debemos tratarle como tal, y empatizar, ponernos sus zapatillas y tratar de brindarle estrategias para que su día a día sea más llevadero.
Por ello, me gustaría resaltar el papel importantísimo que tiene el cuidador en la enfermedad de Alzheimer.
Asumir un diagnóstico de esta enfermedad, es complejo. Saber que la persona que tienes a tu lado ya no es quién era porque no se comporta de la misma forma, quizá no te reconozca en momentos puntuales, te confunda con otros familiares o ni siquiera sea capaz de reconocer que eres su familiar. Con frecuencia, los cuidadores pierden la paciencia; y las horas, los días y las semanas, se hacen cuesta arriba, además de afectar negativamente a sus familiares con Alzheimer.
Tenemos que tratar de mantener la calma en todo momento, ya que, el estrés, el nerviosismo o la falta de paciencia, llevaría a un estado de agitación de nuestro familiar; no discutir con él o regañarle (por ejemplo, si nos dice que le hemos robado su cartera o su ropa, o también cuando nos pregunta de forma insistente por sus padres o hermanos ya fallecidos y comenzamos a rebatirle y subir el tono de voz); darle su tiempo para que lleve las actividades a cabo, sin presionarle.
Como he señalado anteriormente, es imprescindible la empatía, el ser capaces de colocarnos sus zapatos y ver el mundo como él/ella lo hace, aunque nos cueste. De tal forma, conseguiremos ofrecerles las estrategias más adecuadas para facilitarle el día a día.
¿Cómo podemos hacerlo? A continuación te dejo unas estrategias muy generales para la convivencia con una persona con diagnóstico de Alzheimer:
- Es importante crear rutinas y tratar de mantener la misma que ha llevado a cabo durante toda su vida (por ejemplo, levantarse, desayunar, lavarse los dientes y asearse). Es importante no crear cambios de rutina muy bruscos, ya que no presentan la misma capacidad de adaptación que años anteriores.
- Será preciso retirar cualquier elemento que pueda ocasionar daños materiales o personales, es decir, crear un entorno seguro para nuestro familiar y que sea supervisado a la hora de realizar actividades que puedan ocasionar algún daño en caso de tener algún olvido, como por ejemplo, planchar o poner el fuego para cocinar.
- Al igual que es importante crear rutinas para el día a día, también lo es fomentar la autonomía personal de nuestro familiar dejándole participar en cualquier actividad, por ejemplo, vestido, aseo personal, manejo de dinero, ir de compras, etc. Eso sí, como hemos mencionado en párrafos anteriores, dejándole su tiempo, sin prisas y, ofrecerle ayuda en caso de ser necesario (siempre con frases claras, concisas y con un tono de voz adecuado y calmado).
- Y lo más importante, empatizar y tratar a nuestro familiar con respeto y amor.
